domingo, 12 de octubre de 2008

POR JOSÉ MANUEL NIEVES
MADRID. Sólo ha pasado un año y medio desde que Apple anunció su primer iPhone, pero las cosas ya han cambiado para siempre. El 9 de enero de 2007, Steve Jobs subió al escenario e hizo realidad los rumores que durante los meses anteriores habían hecho revolverse en sus asientos a los directivos mundiales de la telefonía móvil. Ese día, el máximo ejecutivo de Apple anunció la llegada de un terminal, el primero, que podía manejarse con el simple toque de un dedo.
La reacción fue instantánea. Ni siquiera había terminado su presentación cuando las Bolsas de todo el mundo empezaron a acusar el impacto. El propio Jobs se conectó en directo, como parte de su «show», para comprobar cómo las acciones de la marca de la manzana subían casi un 5 por ciento en menos de media hora. Durante las semanas siguientes, operadoras y fabricantes de teléfonos de todo el planeta reunieron a sus gabinetes de crisis. ¿Cómo era posible que una compañía ajena al sector estuviera revolucionando de esa manera un mercado que, además, empezaba a dar síntomas de estancamiento? Había que reaccionar, y muy rápido.
Las pantallas táctiles, en sí mismas, no suponían una novedad. Firmas como Palm o, más recientemente, HTC, ya contaban desde hace años con varios ejemplos en el mercado, terminales a caballo entre las otrora populares PDA y los teléfonos móviles. Estos dispositivos podían (y pueden) manejarse tocando la pantalla con un pequeño puntero incorporado.
Años de desarrollo
Pero lo que estaba anunciando Apple era otra cosa muy distinta. Una interfaz táctil con una sensibilidad y unas prestaciones hasta ese momento desconocidas. Capaz de reaccionar a varios movimientos diferentes de la mano, y no sólo a la presión sobre un punto, y de realizar operaciones complejas (como ampliar o reducir fotos o textos) con el simple gesto de abrir o cerrar dos dedos. Ocho años le costó a Apple desarrollar esa tecnología, una ventaja demasiado grande en un mercado caprichoso y volátil que demanda novedades y mejoras a cada nueva temporada.
Los responsables de las compañías telefónicas, por su parte, vieron la jugada con claridad desde el principio, y empezaron a «arrimarse» al fenómeno iPhone. Era el caballo de batalla que estaban esperando para conseguir que los usuarios de móviles empezaran de una vez a usar internet masivamente, igual que si estuvieran sentados frente al ordenador. Hasta ese momento, el difícil manejo de la mayor parte de los terminales, con las aplicaciones a varios «clics» de distancia y ocultas por árboles de navegación que la mayoría de los usuarios no comprenden, había impedido el despegue del internet móvil. Además, claro, del reducido tamaño de las pantallas, inadecuado para leer textos con comodidad.
Las pantallas crecen
Una pantalla táctil, sin embargo, podía crecer hasta doblar su tamaño (ocupando el espacio del ya innecesario teclado) y sin penalizar además las dimensiones totales de un dispositivo que está obligado a seguir siendo de bolsillo.
Ante esta nueva e inesperada perspectiva de negocio, no resulta extraño que Apple consiguiera de las operadoras un trato y unas condiciones que ningún otro fabricante había tenido nunca, entre ellas un porcentaje de la facturación, tanto en voz como en datos. Hoy, algo más de un año y medio después (muy poco tiempo, dadas las complicaciones tecnológicas del cambio), los principales fabricantes de móviles han puesto en el mercado sus versiones táctiles. Aparecen bajo estas líneas, en el orden estricto en que fueron lanzados. Y aunque es verdad que ninguno de ellos ha conseguido todavía una interfaz táctil tan sofisticada como la de Apple (que, como se ha dicho, tardó años en desarrollar), también es cierto que se han potenciado otras ventajas y prestaciones que, por ahora, están fuera del alcance del iPhone.
Se puede destacar, por ejemplo, la cámara de 8 megapixeles (frente a los 2 del iPhone) del nuevo LG Renoir (que se presenta este martes en España); o la potencia (muy superior a la del teléfono de Apple) del Omnia de Samsung, el Diamond de HTC, el 5800 de Nokia o el Storm, de Blackberry.
De un modo u otro, estamos al principio (otra vez) de una nueva forma de hacer las cosas. La próxima generación de terminales (que llegará el año que viene) nos sorprenderá con nuevas funciones y capacidades. El primero de ellos, esta misma Navidad, será el GPhone, la propuesta de Google para la telefonía del futuro.